Vivimos una importante recesión económica causada por años de endeudamiento de los países desarrollados (Cifras a 2008 en https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/rankorder/2079rank.html). Los cinco países más endeudados del mundo son Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y España. Tienen juntos más de USD 35 billones (millón de millones) de deuda externa, esto es, el 64% del total mundial. Estos países suelen prestarse dinero entre sí aunque tienen un nuevo y notable acreedor de excepción: China.
Ese endeudamiento debía financiar inversiones productivas y promover una mayor convergencia económica global. No obstante, también ha creado una enorme burbuja financiera, que ha terminado por estallar. ¿Cuál fue la señal que disparó la carrera a vender, salvar ganancias y rezar para repagar deudas? En marzo de 2007, la asociación de bancos hipotecarios de EE.UU. reveló que los impagos de hipotecas alcanzaban su punto más alto en 7 años, pero la bolsa americana aún seguiría subiendo a cotas históricas hasta noviembre de 2007. Sin embargo, el colapso del mercado hipotecario en Estados Unidos, Reino Unido y España haría que en enero las expectativas de crecimiento finalmente se pusieran en duda y se hundieran todas las bolsas, destapando algunos casos fraudulentos de gran trascendencia. Uno fué el del francés Jerome Kerviel (cuyas apuestas al alza costaron EUR 4.900 millones a Société Générale),otro el del americano Bernard Madoff (inversor de inversores, ahora en la cárcel por organizar una estafa piramidal estimada en USD 50.000 millones). Cuando el pánico hizo absolutamente imposible que los deudores (bancos) devolvieran el dinero a sus acreedores fue necesario que los gobiernos asegurasen estas deudas a cuenta de un incremento de la presión fiscal. Sólo el Plan Bush para comprar activos de dudoso cobro en EE.UU. se alzó hasta los USD 700.000 millones.
¿Cómo va a pagarse esta factura? Porque “no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”. La respuesta racional parece clara: ajustándose el cinturón. Aunque los países están muy lejos de ponerla en práctica, la situación ha traído consigo en todo caso una disminución de la actividad y del empleo. Cuando en España alcanzamos los 4 millones de parados se contuvo la respiración con miedo. El miedo cumple una función de adaptación mediante la alarma, como la adrenalina espolea nuestra atención y agudiza el ingenio. Y ya que no es posible negar esta crisis, se hace en cambio muy necesario ofrecer una estrategia que haga frente a las incertidumbres con coraje y confianza.
La mano de obra por hora es cara en los países industrializados. Sin embargo, las comparaciones que tienen mayor repercusión (salarios/hora) suelen ignorar multitud de otros costes y factores que determinan a la postre una inversión económica: localización, transporte, calidad, formación, servicios, suministros, seguridad jurídica y policial, estabilidad, clima, cultura. También la destrucción de empleo en algunos sectores puede compensarse con la creación de empleo en nuevos sectores donde el coste laboral no es el factor determinante.
Europa, idealmente al menos, parecía ser la realidad que protege y garantiza un nivel de seguridad y bienestar a sus ciudadanos, es una tierra de oportunidad y acogida a los emigrantes, y ofrece una esperanza en la futuro. La estabilidad como valor añadido más claro de Europa implica que aunque tengamos que comer espaguetis todos los días durante los próximos años, aunque nuestros salarios y precios tengan que reducirse a la mitad, resulta imperioso respaldar el sistema financiero.
Ahora bien, Julián Marías decía que “sin un poco de valor, desaparecen todos los valores”. Traído a nuestro caso, el miedo traducido en proteccionismo económico puede resultar tremendamente peligroso a medio y largo plazo, ya que destruye los valores de libertad, innovación y justicia que hacen precisamente fuertes a las sociedades occidentales. Sin ellos, su futuro se vuelve turbio y debil.
No me cabe ninguna duda de que hasta ahora, frente a los bajos costes que ofrece Asia, Europa ofrecía una estabilidad indiscutible fundada en la democracia y la libertad individual, estabilidad que permitía soñar con un desarrollo social justo y un equilibrio medioambiental sostenible. Pero, ¿sigue Europa ofreciendo esta estabilidad y confianza en sí misma y sus valores fundacionales?
El proyecto europeo vive momentos de deriva. El rechazo a una Constitución Europea, que era un refrito del pasado en lugar de ser esencia de futuro, no ha generado la ilusión que hubiera sido deseable en que no cualquier cosa vale y en que los ciudadanos esperaban algo más. Hoy vemos como los Estados intervienen en decisiones económicas como si Bruselas no existiese. Vemos alejarse el ingreso de Turquía sin explicaciones. Vemos multiplicarse los Estados en los Balcanes, con la intervención decisiva de la Unión Europea al mismo tiempo que en Bruselas se alerta contra la parálisis y el crecimiento excesivo de miembros. En definitiva no hay en el proyecto europeo ninguna noción de responsabilidad ni de empresa. Quizás pervivan dos razones, cada día más insuficientes, a favor de seguir integrándose: honrar la inspiración pacifista de su fundación y homogenizar la diversidad europea para reducir costes a las empresas.
Europa debe potenciar la libre competencia, entendida como libertad e igualdad de oportunidades, ya que esta produce justicia social y redistribución de riqueza. Para ello debe irremediablemente combatir el nacionalismo. La competencia económica representa un mecanismo de aumentar el bienestar de dos personas a través del reparto del trabajo. Este reparto no es igualitario sino que atiende a los talentos individuales de forma que cada persona se especializa en aquello que es más eficiente, es decir en aquello que puede aportar más. La competencia acaba con monopolios y oligopolios y reduce precios y márgenes de beneficio allí donde son excesivos sin relación alguna con el riesgo asumido. La competencia estimula la actividad y multiplica los agentes en el mercado.
Ninguna empresa o país se puede abstraer de la competencia. La palabra competencia ha sido demagógicamente confundida con el concepto naturalista de la “lucha por la supervivencia” que nada tiene que ver con el complejo sistema de organización de nuestras sociedades. Sin embargo es sencillo agitar el miedo y obtener réditos políticos de un electorado al que se promete proteger de la amenaza externa de una competencia “salvaje” o “desleal”, por mucho que esa competencia sea legítima y pacífica.
Tampoco ayuda el hecho de que la competencia ha sido pervertida mezquinamente dentro de los ámbitos empresariales y personales. Nuestra cultura pone dos graves zancadillas a esto. La regla de presumir de ser el mejor y de que la malo no existe. Tal vez derivado de esta primera falsedad se deriva una segunda zancadilla en forma de intolerancia y falta de flexibilidad para que las personas experimenten y encuentren aquello en lo que son más felices y por tanto más eficientes.
Las crisis, tanto a título personal como en sociedades y países nos llaman a una revisión de nuestros excesos y a buscar refugio en lo mejor y más auténtico de nosotros mismos.
Mapa 1. Deuda Externa en el mundo:
Fuente: CIA World Factbook 2006.
Ese endeudamiento debía financiar inversiones productivas y promover una mayor convergencia económica global. No obstante, también ha creado una enorme burbuja financiera, que ha terminado por estallar. ¿Cuál fue la señal que disparó la carrera a vender, salvar ganancias y rezar para repagar deudas? En marzo de 2007, la asociación de bancos hipotecarios de EE.UU. reveló que los impagos de hipotecas alcanzaban su punto más alto en 7 años, pero la bolsa americana aún seguiría subiendo a cotas históricas hasta noviembre de 2007. Sin embargo, el colapso del mercado hipotecario en Estados Unidos, Reino Unido y España haría que en enero las expectativas de crecimiento finalmente se pusieran en duda y se hundieran todas las bolsas, destapando algunos casos fraudulentos de gran trascendencia. Uno fué el del francés Jerome Kerviel (cuyas apuestas al alza costaron EUR 4.900 millones a Société Générale),otro el del americano Bernard Madoff (inversor de inversores, ahora en la cárcel por organizar una estafa piramidal estimada en USD 50.000 millones). Cuando el pánico hizo absolutamente imposible que los deudores (bancos) devolvieran el dinero a sus acreedores fue necesario que los gobiernos asegurasen estas deudas a cuenta de un incremento de la presión fiscal. Sólo el Plan Bush para comprar activos de dudoso cobro en EE.UU. se alzó hasta los USD 700.000 millones.
¿Cómo va a pagarse esta factura? Porque “no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”. La respuesta racional parece clara: ajustándose el cinturón. Aunque los países están muy lejos de ponerla en práctica, la situación ha traído consigo en todo caso una disminución de la actividad y del empleo. Cuando en España alcanzamos los 4 millones de parados se contuvo la respiración con miedo. El miedo cumple una función de adaptación mediante la alarma, como la adrenalina espolea nuestra atención y agudiza el ingenio. Y ya que no es posible negar esta crisis, se hace en cambio muy necesario ofrecer una estrategia que haga frente a las incertidumbres con coraje y confianza.
La mano de obra por hora es cara en los países industrializados. Sin embargo, las comparaciones que tienen mayor repercusión (salarios/hora) suelen ignorar multitud de otros costes y factores que determinan a la postre una inversión económica: localización, transporte, calidad, formación, servicios, suministros, seguridad jurídica y policial, estabilidad, clima, cultura. También la destrucción de empleo en algunos sectores puede compensarse con la creación de empleo en nuevos sectores donde el coste laboral no es el factor determinante.
Europa, idealmente al menos, parecía ser la realidad que protege y garantiza un nivel de seguridad y bienestar a sus ciudadanos, es una tierra de oportunidad y acogida a los emigrantes, y ofrece una esperanza en la futuro. La estabilidad como valor añadido más claro de Europa implica que aunque tengamos que comer espaguetis todos los días durante los próximos años, aunque nuestros salarios y precios tengan que reducirse a la mitad, resulta imperioso respaldar el sistema financiero.
Ahora bien, Julián Marías decía que “sin un poco de valor, desaparecen todos los valores”. Traído a nuestro caso, el miedo traducido en proteccionismo económico puede resultar tremendamente peligroso a medio y largo plazo, ya que destruye los valores de libertad, innovación y justicia que hacen precisamente fuertes a las sociedades occidentales. Sin ellos, su futuro se vuelve turbio y debil.
No me cabe ninguna duda de que hasta ahora, frente a los bajos costes que ofrece Asia, Europa ofrecía una estabilidad indiscutible fundada en la democracia y la libertad individual, estabilidad que permitía soñar con un desarrollo social justo y un equilibrio medioambiental sostenible. Pero, ¿sigue Europa ofreciendo esta estabilidad y confianza en sí misma y sus valores fundacionales?
El proyecto europeo vive momentos de deriva. El rechazo a una Constitución Europea, que era un refrito del pasado en lugar de ser esencia de futuro, no ha generado la ilusión que hubiera sido deseable en que no cualquier cosa vale y en que los ciudadanos esperaban algo más. Hoy vemos como los Estados intervienen en decisiones económicas como si Bruselas no existiese. Vemos alejarse el ingreso de Turquía sin explicaciones. Vemos multiplicarse los Estados en los Balcanes, con la intervención decisiva de la Unión Europea al mismo tiempo que en Bruselas se alerta contra la parálisis y el crecimiento excesivo de miembros. En definitiva no hay en el proyecto europeo ninguna noción de responsabilidad ni de empresa. Quizás pervivan dos razones, cada día más insuficientes, a favor de seguir integrándose: honrar la inspiración pacifista de su fundación y homogenizar la diversidad europea para reducir costes a las empresas.
Europa debe potenciar la libre competencia, entendida como libertad e igualdad de oportunidades, ya que esta produce justicia social y redistribución de riqueza. Para ello debe irremediablemente combatir el nacionalismo. La competencia económica representa un mecanismo de aumentar el bienestar de dos personas a través del reparto del trabajo. Este reparto no es igualitario sino que atiende a los talentos individuales de forma que cada persona se especializa en aquello que es más eficiente, es decir en aquello que puede aportar más. La competencia acaba con monopolios y oligopolios y reduce precios y márgenes de beneficio allí donde son excesivos sin relación alguna con el riesgo asumido. La competencia estimula la actividad y multiplica los agentes en el mercado.
Ninguna empresa o país se puede abstraer de la competencia. La palabra competencia ha sido demagógicamente confundida con el concepto naturalista de la “lucha por la supervivencia” que nada tiene que ver con el complejo sistema de organización de nuestras sociedades. Sin embargo es sencillo agitar el miedo y obtener réditos políticos de un electorado al que se promete proteger de la amenaza externa de una competencia “salvaje” o “desleal”, por mucho que esa competencia sea legítima y pacífica.
Tampoco ayuda el hecho de que la competencia ha sido pervertida mezquinamente dentro de los ámbitos empresariales y personales. Nuestra cultura pone dos graves zancadillas a esto. La regla de presumir de ser el mejor y de que la malo no existe. Tal vez derivado de esta primera falsedad se deriva una segunda zancadilla en forma de intolerancia y falta de flexibilidad para que las personas experimenten y encuentren aquello en lo que son más felices y por tanto más eficientes.
Las crisis, tanto a título personal como en sociedades y países nos llaman a una revisión de nuestros excesos y a buscar refugio en lo mejor y más auténtico de nosotros mismos.
Mapa 1. Deuda Externa en el mundo:
Fuente: CIA World Factbook 2006.
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