La Unión Europea es suficientemente grande, de modo que su realidad radical no puede ocultarse durante mucho tiempo
¿En que punto está la UE? ¿Requieren los europeos que la UE dé un salto hacia un estado supranacional? ¿Requiren afianzar el grado de desarrollo alzanzado? ¿Tal vez la UE haya muerto de éxito y requiera retroceder y devolver soberanía a los Estados miembro? ¿O, estamos en un estadio más sin trascendencia real, más allá de los retoques logísticos que faciliten el trabajo con más miembros?
La realidad es que todas estas perspectivas han confluido en el freno echado al tratado constitucional europeo. Como el cuento de los cinco deditos: la Convención que puso el huevo, estaba compuesta por parlamentarios en su mayoría federalistas, Giscard D’Estaing a la cabeza se arrogaron la tarea de alumbrar la primera Constitución para la UE. Los representantes de los gobiernos nacionales se encargaron de atajar pretesiones grandilocuentes, empezando por el preámbulo que inicialmente firmó D’Estaing. Los políticos en Bruselas vendían a posteriori, durante la campaña del referéndum en España, el éxito de la Convención de no haber retrocedido en ninguna de las conquistas competenciales de la UE.
Los políticos escogieron un nombre Constitución Europea, someter algo así a referéndum era casí ineludible. Los políticos querían hablar del sexo de los ángeles, de la paz, el avance que supone quedarse igual, no retroceder...y los ciudadanos quieren hablar del paro, del como compatibilizar competitividad y protección social y medioambiental, quieren hablar de emigración, de cómo evitar la marginación y tensiones sociales, quieren hablar de cuantos países más pueden llegar a entrar en la UE, lo cual no es ridículo, tratándose tan a menudo de las cuestiones de identidad con la corriente globalización en curso, y quieren saber si Turquía sí o Turquía no. Y tal vez un poco de coherencia y valor (por valentía y valores) les hubiese convencido un poco más. Incluso en España, por mayoritario que fuese el sí, no puede obviarse que la abstención fue de un 58%.
La falta de acuerdo intrínseco, el exceso de compromisos hasta alcanzar un resultado que a nadie ilusionaba, la falta de éxito para unir e ilusionar alrededor de un proyecto es lo que que ha permitido estallar la crisis, a manos de partidarios de saltos hacía delante, pero en direcciones opuestas. Por último, en la confusión se lee que no ocurre nada dramáticamente grave, en el fondo tanto los votantes del sí como del no, opinan igual: “Sí a Europa aunque esta Constitución no nos convenza demasiado o en absoluto”.
¿Y ahora qué? Primero se aparcará la ratificación de la Constitución, y luego, tocará concentrarse en los temas verdaderamente importantes y que no pueden posponerse ni tratarse autónomamente por cada Estado nacional: agenda de lisboa, competitividad de europa, medioambiente, seguridad y terrorismo, etc. La necesidad mutua y la confianza recíproca se verá reforzada sin necesidad de una Constitución elaborada con un espíritu decimonónico.
La realidad es que todas estas perspectivas han confluido en el freno echado al tratado constitucional europeo. Como el cuento de los cinco deditos: la Convención que puso el huevo, estaba compuesta por parlamentarios en su mayoría federalistas, Giscard D’Estaing a la cabeza se arrogaron la tarea de alumbrar la primera Constitución para la UE. Los representantes de los gobiernos nacionales se encargaron de atajar pretesiones grandilocuentes, empezando por el preámbulo que inicialmente firmó D’Estaing. Los políticos en Bruselas vendían a posteriori, durante la campaña del referéndum en España, el éxito de la Convención de no haber retrocedido en ninguna de las conquistas competenciales de la UE.
Los políticos escogieron un nombre Constitución Europea, someter algo así a referéndum era casí ineludible. Los políticos querían hablar del sexo de los ángeles, de la paz, el avance que supone quedarse igual, no retroceder...y los ciudadanos quieren hablar del paro, del como compatibilizar competitividad y protección social y medioambiental, quieren hablar de emigración, de cómo evitar la marginación y tensiones sociales, quieren hablar de cuantos países más pueden llegar a entrar en la UE, lo cual no es ridículo, tratándose tan a menudo de las cuestiones de identidad con la corriente globalización en curso, y quieren saber si Turquía sí o Turquía no. Y tal vez un poco de coherencia y valor (por valentía y valores) les hubiese convencido un poco más. Incluso en España, por mayoritario que fuese el sí, no puede obviarse que la abstención fue de un 58%.
La falta de acuerdo intrínseco, el exceso de compromisos hasta alcanzar un resultado que a nadie ilusionaba, la falta de éxito para unir e ilusionar alrededor de un proyecto es lo que que ha permitido estallar la crisis, a manos de partidarios de saltos hacía delante, pero en direcciones opuestas. Por último, en la confusión se lee que no ocurre nada dramáticamente grave, en el fondo tanto los votantes del sí como del no, opinan igual: “Sí a Europa aunque esta Constitución no nos convenza demasiado o en absoluto”.
¿Y ahora qué? Primero se aparcará la ratificación de la Constitución, y luego, tocará concentrarse en los temas verdaderamente importantes y que no pueden posponerse ni tratarse autónomamente por cada Estado nacional: agenda de lisboa, competitividad de europa, medioambiente, seguridad y terrorismo, etc. La necesidad mutua y la confianza recíproca se verá reforzada sin necesidad de una Constitución elaborada con un espíritu decimonónico.
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