Por Miguel Carpintero
Un mal comienzo. El Tratado Constitucional levanta pocas pasiones y eso es comprensible. La Constitución europea comienza por defraudar a su propio nombre. Solo un 1% de los españoles sabía de su elaboración y la gran mayoría se enteran de su existencia un mes antes de tener que votarla y a través de una campaña publicitaria bufonesca. Además el texto en sí tiene pocas novedades con sex appeal. El 80% de sus disposiciónes ya están presentes en los tratados vigentes actualmente. La Constitución Europea las reúne en un solo texto, las ordena, simplifica, clarifica, etc. El sentido de esta Constitución ha sido consagrar lo alcanzado y no dar un salto cualitativo hacia delante, hacia ese super Estado Federal o esa Confederación de Estados, según los gustos, que cabría esperar en la imaginación del ciudadano de a pie. Que le llamen a uno ahora a las urnas para ratificar un ordenamiento jurídico que lleva en vigor no se sabe cuanto no parece motivar demasiado a nadie. Sin embargo, la Unión Europea busca desde hace mucho tiempo abrirse más a los ciudadanos, involucrarlos y dejar de gobernar desde las sombras, como puede leerse en la Declaración de Laeken, realizada por los jefes de Estado y de gobierno de la Unión en diciembre de 2001. Hoy, el momento para eso tal vez no sea el más oportuno, con la brecha por la guerra de Irak aun reciente, pero el proceso se abrió hace años y hay que hacerse cargo.
¿ Y ahora qué? Podremos culpar al gobierno de cómo esta llevando la campaña, nos puede gustar más o menos, pero hay dos cosas que uno debe tener en cuenta. Uno es que la política no es un bien de consumo más, que deban venderle a uno cómodamente sentado en el sofa de su casa. En nuestras sociedades información está ahí, la UE, es infinitamente más transparente que nuestra administración nacional, y si uno quiere ser honesto, debe reconocer que ésta no se le oculta y que simplemente no se ha interesado en el tema lo suficiente como para informarse, que sería su deber cívico. Están disponibles en Internet y en los centros de documentación europeos prácticamente todos los documentos de trabajo que han conducido a la redacción final de esta Constitución Europea. Lo segundo es que debemos tomar en nuestras manos la responsabilidad que el poder de las urnas nos confiere y por tanto, este modesto artículo se lo propone, debemos conocer las consecuencias de votar en un sentido u otro, anticiparlas y valorarlas y decidir en consecuencia.
Votar que no. El ciudadano que se sienta inclinado a votar que no, puede tener muy buenos y fundados motivos para hacerlo, ya sea para castigar la forma en que se le ha presentado la propuesta o por el propio contenido del Tratado. Casí el día después de la firma del Tratado anterior, en Niza en diciembre de 2000, se comenzó a pensar y buscar la renegociación. En total podríamos decir que esta renegociación, que ha llevado hasta esta Constitución, ha tardado en cerrarse cuatro años. Cuatro años y 28 Estados negociando, que abarcan desde la anti-federalista Gran Bretaña hasta la futuro miembro Rumanía, pasando por la fundadora e hiperconvencida Bélgica, pueden dar una idea del grado de compromiso que hay en el texto. A nadie enamorará pero tampoco habrá nadie que no pueda tragarselo. Así es la vida en una comunidad democrática y así debe ser...lo contrario es la demagógica retórica de unidad que se puede leer en pancartas y vallas públicitarias en los países autoritarios.
En España tenemos un más que razonable motivo para votar que no por la simple perdida de poder en el Consejo respecto a Niza. Pero que nadie se engañe, votar que no, no significa recuperar ese poder de voto perdido. La no ratificación por España de la Constitución Europea no significa de ningún modo que la UE vaya a volver a regirse por Niza. Aquel barco ya se hundió. Igualmente vano es votar que no, porque se desea una Constitución distinta, más o menos federalista. Hasta aquí es donde los 27 Estados negociadores han podido ponerse de acuerdo en cuatro años. Sólo el no en un referendum único y transfronterizo, podría dar pie a una reorientación de las ideas contenidas en la Constitución. Los noes en uno u otro Estado son problema de su gobierno a resolver por él como mejor sepa.
El votante del no está muy desamparado. Los dos partidos mayoritarios PSOE y PP ya se han decantado por el sí, y sólo una victoria aplastante del no con una alta participación podría empujar a uno de estos dos partidos, especialmente al del gobierno, a tomar una dirección diferente y asumir un mandato popular parar volver a Bruselas a reabrir la negociación del Tratado y luchar contra la Constitución. El no en nuestro país nunca lograría imponerse con tal clarídad y aun así eso no garantizaría que las nuevas reivindicaciones españolas fuesen atendidas por el resto de Estados miembro de la UE. Así que el no, se perfila como el ejercicio de un gusto: “liberum veto”, la libertad para decir que no, pero con escaso calado político propio.
Si aun así en España saliese que no, estaríamos en una situación extraña. No somos ni un país fundador, ni un país grande, ni un contribuyente neto, ni tampoco un país periférico. Si votasemos, y fuesemos los únicos, podrían solicitarle a nuestro gobierno que lo ratificase en el Parlamento igualmente, o que volviese a someter la Constitución a un nuevo referendum. La salida de España de la UE sería otra alternativa posible, que algunos podrían plantear e incluso desear, pero esto sería más díficil que se plantease ya que como la Unión consiste en garantizar la paz, la estabilidad y el progreso de sus miembros y la salida de la UE para España supondría exactamente, y uno por uno, lo contrario: el conflicto, la inestabilidad y un grave perjuicio económico. Al llevar acabo el primer referendum, si en España fracasasé, esto tendría un efecto señal impredecible: podría suspenderese el actual proceso de ratificación aunque ya hay dos países que lo han ratificado parlamentariamente (Lituania y Hungria) podría animar al electorado de otros países a votar que no también o tal vez, quien sabe, producir un efecto péndulo y movilizar al sí. España estaría en una situación verdaderamente incomoda y a la espera, como los mundiales, de lo que hagan los demás.En ese sentido si alguien quiere oponerse a la Constitución, es más sensato que se quede en casa y muestre a través de la baja participación la falta de apoyo popular al proyecto.
Votar que sí. La Constitución como decía es una consolidación de la Unión que ya existe, contiene escasas novedades pero sí pequeñas simplificaciones que deberían facilitar la vida de la UE en el siglo XXI. Incluso la reforma de los votos en el Consejo se ha hecho con vista a que sea más difícil bloquear iniciativas por una pequeña minoría en una Unión con cada vez más miembros. Votar que sí no implica conformarse con la situación actual. La Unión se reformará de nuevo, sin lugar a dudas, la Constitución, solo se llama así porque recoge principios fundamentales de rango constitucional ya formulados tan pronto como en 1962 por el Tribunal Supremo de la UE, el TJE, y porque este nombre reconoce la profundidad de la integración alcanzada por los países europeos, que transciende el derecho internacional clásico y es pionero en las relaciones internacionales del futuro. Es la primera vez que los españoles son llamados a las urnas para pronunciarse el proyecto europeo. No hay dudas de que esta votación se parece más a una aprobación de las cuentas generales que a un auténtico momento fundacional y constituyente y por tanto, el sí debe valorar si Europa es la solución, como Ortega vaticinó, a la invertebración de España.
Un mal comienzo. El Tratado Constitucional levanta pocas pasiones y eso es comprensible. La Constitución europea comienza por defraudar a su propio nombre. Solo un 1% de los españoles sabía de su elaboración y la gran mayoría se enteran de su existencia un mes antes de tener que votarla y a través de una campaña publicitaria bufonesca. Además el texto en sí tiene pocas novedades con sex appeal. El 80% de sus disposiciónes ya están presentes en los tratados vigentes actualmente. La Constitución Europea las reúne en un solo texto, las ordena, simplifica, clarifica, etc. El sentido de esta Constitución ha sido consagrar lo alcanzado y no dar un salto cualitativo hacia delante, hacia ese super Estado Federal o esa Confederación de Estados, según los gustos, que cabría esperar en la imaginación del ciudadano de a pie. Que le llamen a uno ahora a las urnas para ratificar un ordenamiento jurídico que lleva en vigor no se sabe cuanto no parece motivar demasiado a nadie. Sin embargo, la Unión Europea busca desde hace mucho tiempo abrirse más a los ciudadanos, involucrarlos y dejar de gobernar desde las sombras, como puede leerse en la Declaración de Laeken, realizada por los jefes de Estado y de gobierno de la Unión en diciembre de 2001. Hoy, el momento para eso tal vez no sea el más oportuno, con la brecha por la guerra de Irak aun reciente, pero el proceso se abrió hace años y hay que hacerse cargo.
¿ Y ahora qué? Podremos culpar al gobierno de cómo esta llevando la campaña, nos puede gustar más o menos, pero hay dos cosas que uno debe tener en cuenta. Uno es que la política no es un bien de consumo más, que deban venderle a uno cómodamente sentado en el sofa de su casa. En nuestras sociedades información está ahí, la UE, es infinitamente más transparente que nuestra administración nacional, y si uno quiere ser honesto, debe reconocer que ésta no se le oculta y que simplemente no se ha interesado en el tema lo suficiente como para informarse, que sería su deber cívico. Están disponibles en Internet y en los centros de documentación europeos prácticamente todos los documentos de trabajo que han conducido a la redacción final de esta Constitución Europea. Lo segundo es que debemos tomar en nuestras manos la responsabilidad que el poder de las urnas nos confiere y por tanto, este modesto artículo se lo propone, debemos conocer las consecuencias de votar en un sentido u otro, anticiparlas y valorarlas y decidir en consecuencia.
Votar que no. El ciudadano que se sienta inclinado a votar que no, puede tener muy buenos y fundados motivos para hacerlo, ya sea para castigar la forma en que se le ha presentado la propuesta o por el propio contenido del Tratado. Casí el día después de la firma del Tratado anterior, en Niza en diciembre de 2000, se comenzó a pensar y buscar la renegociación. En total podríamos decir que esta renegociación, que ha llevado hasta esta Constitución, ha tardado en cerrarse cuatro años. Cuatro años y 28 Estados negociando, que abarcan desde la anti-federalista Gran Bretaña hasta la futuro miembro Rumanía, pasando por la fundadora e hiperconvencida Bélgica, pueden dar una idea del grado de compromiso que hay en el texto. A nadie enamorará pero tampoco habrá nadie que no pueda tragarselo. Así es la vida en una comunidad democrática y así debe ser...lo contrario es la demagógica retórica de unidad que se puede leer en pancartas y vallas públicitarias en los países autoritarios.
En España tenemos un más que razonable motivo para votar que no por la simple perdida de poder en el Consejo respecto a Niza. Pero que nadie se engañe, votar que no, no significa recuperar ese poder de voto perdido. La no ratificación por España de la Constitución Europea no significa de ningún modo que la UE vaya a volver a regirse por Niza. Aquel barco ya se hundió. Igualmente vano es votar que no, porque se desea una Constitución distinta, más o menos federalista. Hasta aquí es donde los 27 Estados negociadores han podido ponerse de acuerdo en cuatro años. Sólo el no en un referendum único y transfronterizo, podría dar pie a una reorientación de las ideas contenidas en la Constitución. Los noes en uno u otro Estado son problema de su gobierno a resolver por él como mejor sepa.
El votante del no está muy desamparado. Los dos partidos mayoritarios PSOE y PP ya se han decantado por el sí, y sólo una victoria aplastante del no con una alta participación podría empujar a uno de estos dos partidos, especialmente al del gobierno, a tomar una dirección diferente y asumir un mandato popular parar volver a Bruselas a reabrir la negociación del Tratado y luchar contra la Constitución. El no en nuestro país nunca lograría imponerse con tal clarídad y aun así eso no garantizaría que las nuevas reivindicaciones españolas fuesen atendidas por el resto de Estados miembro de la UE. Así que el no, se perfila como el ejercicio de un gusto: “liberum veto”, la libertad para decir que no, pero con escaso calado político propio.
Si aun así en España saliese que no, estaríamos en una situación extraña. No somos ni un país fundador, ni un país grande, ni un contribuyente neto, ni tampoco un país periférico. Si votasemos, y fuesemos los únicos, podrían solicitarle a nuestro gobierno que lo ratificase en el Parlamento igualmente, o que volviese a someter la Constitución a un nuevo referendum. La salida de España de la UE sería otra alternativa posible, que algunos podrían plantear e incluso desear, pero esto sería más díficil que se plantease ya que como la Unión consiste en garantizar la paz, la estabilidad y el progreso de sus miembros y la salida de la UE para España supondría exactamente, y uno por uno, lo contrario: el conflicto, la inestabilidad y un grave perjuicio económico. Al llevar acabo el primer referendum, si en España fracasasé, esto tendría un efecto señal impredecible: podría suspenderese el actual proceso de ratificación aunque ya hay dos países que lo han ratificado parlamentariamente (Lituania y Hungria) podría animar al electorado de otros países a votar que no también o tal vez, quien sabe, producir un efecto péndulo y movilizar al sí. España estaría en una situación verdaderamente incomoda y a la espera, como los mundiales, de lo que hagan los demás.En ese sentido si alguien quiere oponerse a la Constitución, es más sensato que se quede en casa y muestre a través de la baja participación la falta de apoyo popular al proyecto.
Votar que sí. La Constitución como decía es una consolidación de la Unión que ya existe, contiene escasas novedades pero sí pequeñas simplificaciones que deberían facilitar la vida de la UE en el siglo XXI. Incluso la reforma de los votos en el Consejo se ha hecho con vista a que sea más difícil bloquear iniciativas por una pequeña minoría en una Unión con cada vez más miembros. Votar que sí no implica conformarse con la situación actual. La Unión se reformará de nuevo, sin lugar a dudas, la Constitución, solo se llama así porque recoge principios fundamentales de rango constitucional ya formulados tan pronto como en 1962 por el Tribunal Supremo de la UE, el TJE, y porque este nombre reconoce la profundidad de la integración alcanzada por los países europeos, que transciende el derecho internacional clásico y es pionero en las relaciones internacionales del futuro. Es la primera vez que los españoles son llamados a las urnas para pronunciarse el proyecto europeo. No hay dudas de que esta votación se parece más a una aprobación de las cuentas generales que a un auténtico momento fundacional y constituyente y por tanto, el sí debe valorar si Europa es la solución, como Ortega vaticinó, a la invertebración de España.
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